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El sol en los pies

Nata o tomate

Le digo a mi compañera de piso que voy a hacer pasta para comer

y le encanta la idea.

Sólo al cabo de un rato descubrimos que la imagen que cada una se ha creado

de ese apetitoso plato no tiene nada que ver.

Yo: con tomate casero, chorizo y huevo duro. Al estilo de mi madre.

Ella: con nata, cebolla, salchichas y atún. Receta propia.

Si algo tan sencillo como un plato de pasta puede generar malentendidos,

cómo no van a surgir en las maravillosas pero enrevesadas relaciones humanas.

Si nosotros o nuestras apetencias son tan distintos como la nata o el tomate,

cómo va a ser fácil construir un espacio común, ya se llame familia, amistad o amor.

La única receta que se me ocurre es la comunicación: hablar, compartir, intercambiar.

Y si llega el caso, seguir cada uno su camino, de forma civilizada:

cocinando pasta para dos pero aliñándola a gusto del consumidor.

Que nos gusta de criticar...

Lo reconozco. Tengo un problema.

Me cuesta aceptar las críticas.

Incluso las no van dirigidas hacia mí, sino hacia alguien que quiero.

Pero algo que soporto aún menos es la crítica gratuita y sin tacto.

La que nadie pide pero llega. Sin piedad.

La que no admite lugar a dudas porque se expresa como una verdad absoluta.

Supongo que por mi parte es un intento por taparme los ojos.

Para no ver lo que no quiero.

Pero quien la practica debería parar un momento.

Mirar a su alrededor. Observarse a sí mismo. Intentar comprender.

La traición

Un rayo. Una dentellada

Un salto al vació en el que de repente desaparece el paracaídas

Un jarro de agua fría en medio del Polo Norte

La traición

Lo peor es que quien la padece debe hacer un enorme ejercicio de voluntad

para volver a confiar

No sólo en quien nos ha traicionado. Eso puede llegar a ser imposible.

La traición, como otros sufrimientos, nos pelea con el mundo. Nos hace descreídos.

Pero pasado el duelo, hay que ir abriendo los ojos

Hay que atreverse a volver a caminar en la cuerda floja, aún a riesgo de volver a caer

Hay que creer que la próxima persona que se cuele en nuestras vidas

no nos hará llorar

Operación tortuga

"Va por la vida sin caparazón", dijo el actor de su personaje.

"Es muy bonito para interpretar pero muy jodido para vivir", añadió.

Para salir adelante sin sucumbir a la rabia y la decepción

quizás sea necesario tejerse una coraza alrededor.

Aunque ha de ser lo suficientemente fina y flexible

para permitir acceder a quien lo merece.

Quizás convenga adoptar otro atributo de la tortuga:

la tranquilidad, el paso firme, la calma.

Para conseguir alcanzar la meta, aunque sea más despacio.

Para no llegar sin aliento y disfrutar del camino.

Una calle, dos mundos

A veces, los mundos más diferentes pueden estar separados por la más delgada de las líneas.

En el norte de Madrid, cerca de la Plaza de Castilla, esa línea se llama Bravo Murillo.

A un lado de la calle, el barrio de Tetuán, de obreros e inmigrantes, con sus entrañables tiendas y sus abuelos al sol.

Al otro, la Castellana, repleta de oficinas, de trajes y corbatas, zapatos de tacón y locales de alterne.

Y entre ambos, los juzgados. Un espacio en el que todo se mezcla. En el que los abogados con trajes de marca y blackberries comparten acera y humo de cigarrillos con todo tipo de defendidos.

Un espacio en el que amigos y familiares gritan mensajes de apoyo a quienes, desde el otro lado de los barrotes, no puden respirar el aire contaminado de la ciudad ni ver ese cielo azul que es mismo a uno y otro lado de la calle.

Cuánto vale un iraquí

En una de sus canciones, Mercedes Sosa pedía a Dios que la guerra no le fuera indiferente.

Y sin embargo, lo es para la mayoría de nosotros.

Tan lejana, espacio y temporalmente, que no alcanzamos a imaginar lo que realmente debe suponer.

Tan rutinaria, en algunos casos, que ni siquiera le prestamos atención en el telediario. Y los que nos dedicamos a dar noticias, la dejamos de un lado si el número de muertos no pasa de diez.

Porque, al fin y al cabo, qué vale la vida de un iraquí, en comparación con la de un europeo o la de un estadounidense.

Por eso, me parecen tan recomendables los dos libros que estos días termino de leer:

Uno, "La noche de los tiempos", de Muñoz Molina, relata los primeros días de la Guerra Civil española, cuando nadie quería creer que aquellas trifulcas podían acabar en un baño de sangre.

El otro, "Una mujer en Berlín", un testimonio real escrito por una mujer anónima que sufrió las vejaciones de los rusos a su entrada en la vencida capital alemana, al final de la Segunda Guerra Mundial.

Entre ambos, diez años de conflicto y millones de muertos en esta Europa, hoy tan ajena a ese sufrimiento.

Y en común, dos protagonistas, un arquitecto y una periodista, a los que su vida acomodada les saltó por los aires de un día para otro.

Las preocupaciones cotidianas dejaron de ser laborales y casi hasta sentimentales.

Sólo importaba sobrevivir. Llegar al día siguiente. Tener algo para comer.

Ocurrió en España. Y en Alemania. Hace 70 años. No está tan lejos.

Irene, Lara, Rio, Sonia, Alba

Irene es risueña, inquieta y algo testaruda. 

Lara es apacible y dulce. Podrían ser buenas amigas. Se complementarían.

A Rio y Sonia sólo los conozco por fotos pero tienen en común una parte alemana y un toque romance que les hará especiales.

Y Alba apenas tiene dos días de vida pero estoy segura de que a poco que se parezca a su familia, le encantará la moda.

Son esas personitas que se han colado en mi vida en el último año, a las que he seguido la pista desde que apenas eran sólo un sueño, una mancha en una foto en blanco y negro.

Son esos pequeños a los que queremos ya antes de que lleguen al mundo, sólo por el hecho de ser hijos de alguien muy cercano.

Son la prueba del amor incondicional, sin motivos ni méritos. Ese que, dicen, sienten los padres, y que nos contagian a quienes compartimos su alegría.

Viajes para singles con precio para pareja

Buscando información para un reportaje sobre turismo me encuentro con "Viajes para Singles: Enoturismo con amor". No dudo de que un par de copas de vino puedan ayudar a desinhibirse y facilitar el conocimiento mutuo. Incluso echándole imaginación, uno puede llegar a vivir una pasión a lo Falcon Crest, entre viñedos y barricas de roble...

Pero lo que me parece  absurdo es que, precisamente en este tipo de viajes, exista un precio ¡en habitación doble! Y que éste sea encima más barato que el de las habitaciones individuales.

No digo que no convenga ir a este tipo de viajes con algún amigo/a, que garantice la buena compañía en caso de que falle el plan A: conocer a alguien interesante. Pero habría que partir de que probablemente la mayoría de la gente que embarcan en estas actividades lo hagan en solitario.

Y no creo que les motive (o quizás sí, y sea ese el efecto buscado) ver lo mucho que se pierden (incluso económicamente) al estar solteros.

De qué hablan los hombres

Hace tiempo alguien hizo una película que se titulaba: ¿De qué hablan las mujeres?

Al parecer, es más complicado saber que se nos pasa a nosotras por la cabeza que lo que les preocupa a ellos: fútbol, chicas, coches (según los tópicos).

A muchos les encanta alardear de que no son complicados. Ni retorcidos, como nosotras.

Pues bien, yo creo que en el fondo pueden llegar a ser tan complicados o tan simples como cualquier mujer. Pero quizás lo expresan de otra manera. O guardan más las formas de puertas para afuera mientras a las mujeres no nos importa reconocer que nos encanta cotillear ni que le damos mil vueltas a las cosas.

Para muestra, basta con abrir un poco los oídos cuando a nuestro lado pasan dos chicos hablando de "sus cosas". O cuando una viaja en el metro (sobria) a las seis de la mañana. Puede que a veces hablen del Madrid y el Barça. Pero muchas otras su mayor preocupación es saber qué ha querido decir realmente esa chica con ese sms. Por qué ese amigo ya no le llama tanto. O comentar las jugadas de la última fiesta.

Parece que en el fondo no somos tan distintos. No más de lo inmensamente diferentes que cada cual lo es del resto del mundo.

Ah, y por cierto: durante este último Mundial, no fue Sara Carbonero la única mujer que habló de fútbol, más allá de las pantorrillas de los jugadores...

 

La otra orilla

Todo viaje es difícil y en ocasiones uno no llega a ver la otra orilla.

Parece que la corriente será más fuerte que nuestros brazos.

Que naufragaremos.

Pero la mayor parte de las veces uno sólo se hunde cuando deja de nadar.

En medio de la travesía es necesario incluso probar varios estilos para averiguar con cual nos mantenemos mejor a flote. Cual nos ayuda a avanzar.

Sólo al llegar a la otra orilla se ve lo conseguido.

Y también el otro lado.

El que hemos dejado atrás. Y el que nos queda por delante. El que algún día también querremos y podremos alcanzar.

Entretanto, queda descansar. Tomar fuerzas.

Disfrutar del sol en los pies y del agua de la corriente que pasa junto a nosotros.

Antes de volver a lanzarse a nadar. En otro río. O en otro mar.

Heridas y cicatrices

Algunas heridas siguen abiertas más tiempo del que nos gustaría,

por mucho que nos empeñemos en coserlas.

Cuando uno menos se lo espera, saltan los puntos y vuelven a doler

casi como cuando nos las hicimos.

Pero con el tiempo, se convierten en cicatrices

y pasan a ser parte indispensable de nuestro cuerpo.

Te acostumbras a ellas, dejan de doler.

Se transforman en un pequeño pedazo de  piel que nos recuerda donde estuvimos.

Quienes fuimos.

Incluso nos avisan cuando llega la tormenta.

Además, por suerte, cuando las heridas más profundas se reabren,

siempre suele haber alguien cerca,

que sabe como se hicieron y cuanto escuecen.

Y que nos ayuda a superar el dolor.

Como niña con zapatos nuevos...

Hasta la ciudad más inhóspita puede cambiar de cara

gracias a momentos agradablemente inesperados, como una conversación en un taxi

Hasta el día más oscuro puede aclararse

al enterarse de que a alguien a quien quieres le ha pasado algo bueno

O al subirse a unos tacones y ver las cosas desde otra perspectiva

A veces es cuestión de ser capaz de ilursionarse

Aunque sólo sea como una niña, con sus zapatos nuevos...

El día después

Hasta mi ventana llegaban esta mañana voces de niño entonando cantos de victoria.

En el metro, un joven y un yuppi dormitaban a mediodía tras una larga noche.

Después me entero de que el pulpo Paul y el Fary alemán se jubilan

de sus actividades futboleras.

De Berlín me llegan fotos de amigas y pequeños nuevos aficcionados.

Y de Pakistán el relato de como también allí se come tortilla y se acaba

pasado por agua en honor a "La Roja".

¡Qué bonito despertarse y descubrir que no ha sido un sueño!

¡Hay que soñar!

No está de moda. Es poco práctico. Y puede llevar al desengaño.

Pero en ocasiones merece la pena soñar.

Como hoy.

Una compañera aseguraba que le encantaría ver a España ganar.

Pero lo veía difícil. Por eso, en la porra pronosticó una final Alemania-Holanda.

A veces es necesario soñar despiertos. Aunque exista la posibilidad de perder.

Aunque eso suponga sufrir y si es necesario, hasta jugarse la porra.

De lo que no quiero creer

Hace poco, una amiga me decía que hay que plantearse la posibilidad

de que lo bueno que esperamos no llegue a suceder.

Es cierto. Esa posibilidad existe.

Pero yo no quiero creer en ella. Eso sería como perder la esperanza.

Como perder las ganas y el impulso que nos hacen levantarnos cada día.

Las mismas que consiguen que volvamos a intentarlo.

Las mismas que logran cerrar las heridas, por muy profundas que sean.

Somos supervivientes. Y aunque nos queden cicatrices, como dice la canción,

siempre volvemos a amar.

 

Ventajas de la huelga...

Vale. Nos ha costado disgustos, carreras, llegar tarde o anular algunos compromisos.

Pero de repente, en medio de la huelga y a falta de metro,

a alguien (y no a mí, más quisiera) le lleva en moto al trabajo otro alguien especial...

Otros descubren los autobuses

y hasta les da tiempo a fichar lo mejor de las rebajas a través de los cristales...

Hay quien, por si acaso, hasta sale antes de casa y llega pronto a los sitios...

Y algunos descubrimos que, también en Madrid, los abuelos se sientan al sol

para leer la prensa mientras la ciudad y sus prisas pasan tras sus espaldas

La normalidad cotiza al alza

En estos días extraños en que, como dice la canción, vivir es un arte,

la normalidad se ha convertido en un valor cotizadísimo.

La normalidad, que no está reñida con la diversión.

La normalidad, que no es sinónimo de tedio ni de aburrimiento.

La normalidad, que evita sobresaltos y sufrimientos absurdos.

La normalidad, que allana el camino

y hace que la vida no sea un drama más que cuando toca serlo.

El poder de un tomate

El cielo se rompe.

Lo cortan los relámpagos. Como en las películas. Como en los cómics.

Al principio dudo si no serán réplicas de los fuegos artificiales que ayer lo iluminaban.

Abro la ventana y huele a tierra mojada. A las tormentas de verano en el pueblo. En medio del campo.

Pero estoy en Madrid. En pleno centro.

De pronto miro hacia abajo y lo veo allí. Pequeño. Todavía dudando si seguir creciendo recto o inclinarse hacia algún lado.

Es tan sólo una planta de tomate. Pero ha traido a mi balcón el recuerdo otra lluvia, de otra parte. En pleno Madrid.

Todavía es posible, incluso en Madrid...

Esta mañana, un compañero de trabajo me contaba lo bien que salió el pasado fin de semana la "Fiesta de la música" en Valladolid. Por lo espontáneo y por haber conseguido que no se transformara en un acto institucional sino en una fiesta de y para la gente.

Pensé que algo así es difícil de conseguir hoy en una ciudad como Madrid, en la que casi todo se patrocina. Error.

Esta noche han surgido las hogueras. Grandes y pequeñas. Con cartón, madera o ropa vieja. La gente las ha saltado y ha quemado en ellas lo malo acumulado durante los últimos meses. Sólos, en pareja, con amigos, con niños...

Y lo mejor de todo: sin convocatoria oficial. Sólo por el hecho de pasarlo bien.

Momentos mágicos como este todavía son posibles, incluso en Madrid. 

Eso sí, no diré dónde. No vaya a ser que a quienes mandan les de por prohibirlo el próximo año.

O peor aún, por institucionalizarlo.

De Cinco horas con Mario a Caín

Hace unos días en una librería de mi barrio, justo al lado de la caja, tenían expuestos varios libros de Miguel Delibes.

Hoy, he vuelto a entrar por casualidad y en lugar de "Cinco horas con Mario" o "El hereje" me he encontrado con "Caín" y "Ensayo sobre la ceguera", de José Saramago.

Al principio pensé qué es triste que se aproveche la circunstancia de una muerte para aumentar las ventas.

Pero por otro lado, cada vez que alguien se acerca o retoma un autor, un mundo nuevo se abre o se despereza ante los ojos del lector.

Quizás alguien descubra ahora las tierras de Portugal o Castilla gracias a esos libros de nuevo y siempre actuales.

Y no será tarde. Aunque ellos no vayan a volver sus palabras siempre estarán esperándonos.