Acabó de volver a ver "Mataharis", de Icíar Bollaín.
Además de con las tres protagonistas, que a pesar de no ser superespías ni mujeres perfectas son extraordinarias, me quedo con una escena:
La hija de una de ellas, con la sencillez de la que sólo son capaces los niños, le hace ver a su madre que las cosas son más fáciles de lo que parecen.
Y que muchas veces sólo hay que poner un poquito de nuestra parte para conseguir que nos vaya mejor.
He probado la radio en la cabecera de la cama, como hace mi padre. A ver la tele hasta que las neuronas se agoten con tanta telebasura. A leer, como cuando era pequeña y me quedaba dormida con el libro entre las manos.
Pero por ahora (y a falta de probar estupefacientes naturales), nada funciona.
Así que, puestos a no dormir, he decidido hacer algo productivo con esas horas nocturas perdidas. Es la excusa perfecta para iniciar ese blog al que le doy vueltas desde hace tiempo.
Quizás me ayude a reconciliarme con Morfeo. Y a recuperar la tranquilidad que da sentir en los pies desnudos el calor de los primeros rayos de sol cada verano, la felicidad fugaz de las pequeñas cosas.
Quizás sirva también para alguien más.
Bienvenid@s